Un correo sobre sueños muy interesante.
Antonino me envió el siguiente correo, que habiéndole pedido permiso para publicarlo, lo traigo aquí, para poderlo compartir, con todos ustedes.
En las últimas semanas los he sentido cerca. Hasta me atrevería a decir que me han acompañado hasta donde más pueden, pero irremediablemente se alejan hacia su residencia en algún lugar de mi memoria. Diría que hasta alcanzan a desentrañarme parte de la trama que ocupó mi tiempo sin que lo supiera, mientras dormía, mientras los espacios estaban abiertos de mi subconciencia.
Pero se van, se alejan, se escapan. Como si se quisieran fugar, como si no quisieran acompañarme, como si no desearan su recuerdo hasta me hacen creer que ni siquiera existen, que no siquiera han sido, como si me pidieran que conforme con saber que fueron nada más que un trazo dibujado en el viento, un delgado trozo de papel que se disuelve en el torrente del agua.
Ha sido angustiante. De verdad que ha sido angustiante. Abrir los ojos. Tener conciencia que por fin, después de muchos años, se puede recordar lo soñado para que en el próximo cerrar de ojos, ya nada quede, sólo la sensación de una existencia demasiado efímera para atraparla. Un chispazo de luz, la fracción de un segundo, un sonido que sigue retumbando en tus oídos aunque su ruido infernal haya pasado.
Quizás sea por esta reciente preocupación por recordar lo soñado que ahora estoy tan cerca en los intentos. Pero no funciona. Ni aún la libreta al lado de la cama presta a anotar presurosa los recuerdos de ese instante ha sido capaz de capturar los momentos esfumados en el soplido de la desmemoria.
En todo caso, no ha sido una búsqueda obsesiva, desesperada, pero si ha surgido lo que podría llamar necesidad de hacerlo, de recordar esos momentos, de tener algo de claridad en lo que pasa en mis adentros, en los recónditos pasajes de mi mente. Quizás por simple curiosidad, quizás buscando respuestas a las preguntas que la conciencia realiza o talvez esperando temeroso de conocer los recovecos de la insensatez que a veces me alcanzan, que a veces me agobian, que a veces me atrapan.
Recién hace algunos años que tomé debida cuenta que no recordada lo soñado. No me había dado cuenta de aquello. Como verá Ud. no es algo que me preocupara mayormente.En el ejercicio de mi eficiente memoria, puede comprobar fehacientemente que la condición de recordar se remontaba a mis tiempos de niño, casi adolescente. ¿12 años? Parece que sí, o más o menos así. En fin, supongamos que fue en así, en esos tiempos.
Varios recuerdos de sueños tengo de aquellas épocas. Como cuando montaba mi destartalada bicicleta y con algunos pocos movimientos, ya estaba emprendiendo un vuelo fascinado por los paisajes de mi tierra de cerros y bosques. Podía ver todo con extrema claridad, con infinita transparencia, con especial emoción. Siempre me ha fascinado el acto de volar. Quizás por eso, muchos de mis sueños ocurrieron en los espacios abiertos.
Pero también estaban las pesadillas, esas que me hacían hablar hasta el llanto por las noches, que me causaban temor y una sudorosa preocupación en los momentos que recordaba. Le tengo pánico a los perros (fobia no confesada) y varias veces aparecieron en esas noches que después prefería olvidar. Pero casi siempre, alguna referencia de alguien o algo relacionado con mis miedos (a lo desconocido, al qué dirán, a lo imprevisto) me llevaba a esos trances.
Una de mis pesadillas más angustiantes en realidad se resumía en apenas una fracción de segundo. Sumido en la oscuridad de un cuarto en algún lugar que no conocía, busca el interruptor que pudiera iluminarme el lugar. Pero apenas lo encontraba, una mano mojada, de dedos huesudos y fríos aplacaba mi intento con un rápido movimiento, cubriendo la mía entera. Me quedaba helado, petrificado ante la sola existencia de esa mano.
Un sueño recurrente fueron esos hombres de negro que intempestivamente aparecían de un cuarto cuya puerta antes no había visto. Fueron ellos los que movieron mi secreto deseo de controlar los sueños. Ser yo el director de la pieza teatral de mis sueños. Decidir la acciones y diálogos de los personajes, se yo mismo uno de ellos y con plenos poderes hacer lo que se me viniera en la real gana. Volar fue uno de mis deseos preferidos.
Por sí, lo hice. Un día, antes de dormirme, me mentalicé. Me dije que esos sueños sólo eran sueños, que debía darme cuenta de eso, que podía, en consecuencia, hacer lo que quisiera en ese espacio de fantasía.
Ese momento lo recuerdo. No como si fuera ayer. Pero lo tengo alojado en las ordenadas gavetas de mi memoria (esa parte de mi está en orden, por lo que es el resto, los asuntos de mi vida diaria incluidos, son un pequeño caos, una alegoría al desorden).
Justo cuando aparecieron los hombres de negro, ahí estaba yo para decir que aquello no era posible. Los hice desaparecer. Después, por una puerta que inventé, escapé en vuelo por las nubes.
Creo que la experiencia, al menos dentro de la conciencia que tengo, la repliqué unas cuantas veces. No muchas. Parece que era fundamental eso de ponerse de acuerdo con la conciencia antes de entrar en los caminos del sueño.
Más o menos desde ahí mismo que nada recuerdo. Desde que no tengo sueños. No es tan absoluto. Por ahí almaceno uno que otro flash, uno que otro chispazo fugaz de un momento de sueño.
Como ya le he dicho, esta incapacidad o imposibilidad contrasta con mi buena memoria. Mi implacable buena memoria para recordar hechos y situaciones. Además, sin quererlo, almaceno mucha información secundaria, de esa que queda por ahí, aparentemente efímera, aparentemente complementaria o contextualizadora. Hasta bromean conmigo en el trabajo por esta capacidad para recordar. De hecho, una de mis principales preocupaciones es la recuperación de la memoria, de las gentes, de los lugares, en fin.
Además, por una imperiosa necesidad de la memoria, almaceno prácticamente todo lo que escribo y lo que fotografío (es uno de mis hobbies). Todo y en varias copias. Mis artículos en el diario, para las revistas que he trabajo, amén de artículos que son de interés porque son de mi ciudad, de mi tierra adiotiva; también almaceno las imágenes que he capturado en 10 años de recorridos por esta tierra maravillosa.¿Por qué lo hago? La explicación tiene un solo nombre, una sola necesidad: memoria.
Los trabajos que realizo aparte de mis funciones en el diario, tienen que ver también con la memoria, con el acto de la recordación. Estoy terminando un documental para la TV sobre la historia de mi ciudad en el siglo pasado, con testimonios de abuelitos muy abuelitos que cuentan lo que hicieron en sus años mozos.
Memoria, memoria, recuerdo, recuerdo.
¡Pero no recuerdo los sueños! Abro los ojos y percibo como los sueños escapan. Como si no pudieran asentarse en mi memoria saturada, como si sólo esperaran la excusa de mis ojos abiertos para esfumarse, desaparecer, no dejar huella alguna. Ni siquiera un vestigio, un pedacito con el cual comenzar a construir algo de esos momentos. El olvido es absoluto, completo. Y no han servido trucos ni recetas para intentar retenerlos.
En las últimas semanas los he sentido cerca. Hasta me atrevería a decir que me han acompañado hasta donde más pueden, pero irremediablemente se alejan hacia su residencia en algún lugar de mi memoria. Diría que hasta alcanzan a desentrañarme parte de la trama que ocupó mi tiempo sin que lo supiera, mientras dormía, mientras los espacios estaban abiertos de mi subconciencia.
Pero se van, se alejan, se escapan. Como si se quisieran fugar, como si no quisieran acompañarme, como si no desearan su recuerdo hasta me hacen creer que ni siquiera existen, que no siquiera han sido, como si me pidieran que conforme con saber que fueron nada más que un trazo dibujado en el viento, un delgado trozo de papel que se disuelve en el torrente del agua.
Ha sido angustiante. De verdad que ha sido angustiante. Abrir los ojos. Tener conciencia que por fin, después de muchos años, se puede recordar lo soñado para que en el próximo cerrar de ojos, ya nada quede, sólo la sensación de una existencia demasiado efímera para atraparla. Un chispazo de luz, la fracción de un segundo, un sonido que sigue retumbando en tus oídos aunque su ruido infernal haya pasado.
Quizás sea por esta reciente preocupación por recordar lo soñado que ahora estoy tan cerca en los intentos. Pero no funciona. Ni aún la libreta al lado de la cama presta a anotar presurosa los recuerdos de ese instante ha sido capaz de capturar los momentos esfumados en el soplido de la desmemoria.
En todo caso, no ha sido una búsqueda obsesiva, desesperada, pero si ha surgido lo que podría llamar necesidad de hacerlo, de recordar esos momentos, de tener algo de claridad en lo que pasa en mis adentros, en los recónditos pasajes de mi mente. Quizás por simple curiosidad, quizás buscando respuestas a las preguntas que la conciencia realiza o talvez esperando temeroso de conocer los recovecos de la insensatez que a veces me alcanzan, que a veces me agobian, que a veces me atrapan.
Recién hace algunos años que tomé debida cuenta que no recordada lo soñado. No me había dado cuenta de aquello. Como verá Ud. no es algo que me preocupara mayormente.En el ejercicio de mi eficiente memoria, puede comprobar fehacientemente que la condición de recordar se remontaba a mis tiempos de niño, casi adolescente. ¿12 años? Parece que sí, o más o menos así. En fin, supongamos que fue en así, en esos tiempos.
Varios recuerdos de sueños tengo de aquellas épocas. Como cuando montaba mi destartalada bicicleta y con algunos pocos movimientos, ya estaba emprendiendo un vuelo fascinado por los paisajes de mi tierra de cerros y bosques. Podía ver todo con extrema claridad, con infinita transparencia, con especial emoción. Siempre me ha fascinado el acto de volar. Quizás por eso, muchos de mis sueños ocurrieron en los espacios abiertos.
Pero también estaban las pesadillas, esas que me hacían hablar hasta el llanto por las noches, que me causaban temor y una sudorosa preocupación en los momentos que recordaba. Le tengo pánico a los perros (fobia no confesada) y varias veces aparecieron en esas noches que después prefería olvidar. Pero casi siempre, alguna referencia de alguien o algo relacionado con mis miedos (a lo desconocido, al qué dirán, a lo imprevisto) me llevaba a esos trances.
Una de mis pesadillas más angustiantes en realidad se resumía en apenas una fracción de segundo. Sumido en la oscuridad de un cuarto en algún lugar que no conocía, busca el interruptor que pudiera iluminarme el lugar. Pero apenas lo encontraba, una mano mojada, de dedos huesudos y fríos aplacaba mi intento con un rápido movimiento, cubriendo la mía entera. Me quedaba helado, petrificado ante la sola existencia de esa mano.
Un sueño recurrente fueron esos hombres de negro que intempestivamente aparecían de un cuarto cuya puerta antes no había visto. Fueron ellos los que movieron mi secreto deseo de controlar los sueños. Ser yo el director de la pieza teatral de mis sueños. Decidir la acciones y diálogos de los personajes, se yo mismo uno de ellos y con plenos poderes hacer lo que se me viniera en la real gana. Volar fue uno de mis deseos preferidos.
Por sí, lo hice. Un día, antes de dormirme, me mentalicé. Me dije que esos sueños sólo eran sueños, que debía darme cuenta de eso, que podía, en consecuencia, hacer lo que quisiera en ese espacio de fantasía.
Ese momento lo recuerdo. No como si fuera ayer. Pero lo tengo alojado en las ordenadas gavetas de mi memoria (esa parte de mi está en orden, por lo que es el resto, los asuntos de mi vida diaria incluidos, son un pequeño caos, una alegoría al desorden).
Justo cuando aparecieron los hombres de negro, ahí estaba yo para decir que aquello no era posible. Los hice desaparecer. Después, por una puerta que inventé, escapé en vuelo por las nubes.
Creo que la experiencia, al menos dentro de la conciencia que tengo, la repliqué unas cuantas veces. No muchas. Parece que era fundamental eso de ponerse de acuerdo con la conciencia antes de entrar en los caminos del sueño.
Más o menos desde ahí mismo que nada recuerdo. Desde que no tengo sueños. No es tan absoluto. Por ahí almaceno uno que otro flash, uno que otro chispazo fugaz de un momento de sueño.
Como ya le he dicho, esta incapacidad o imposibilidad contrasta con mi buena memoria. Mi implacable buena memoria para recordar hechos y situaciones. Además, sin quererlo, almaceno mucha información secundaria, de esa que queda por ahí, aparentemente efímera, aparentemente complementaria o contextualizadora. Hasta bromean conmigo en el trabajo por esta capacidad para recordar. De hecho, una de mis principales preocupaciones es la recuperación de la memoria, de las gentes, de los lugares, en fin.
Además, por una imperiosa necesidad de la memoria, almaceno prácticamente todo lo que escribo y lo que fotografío (es uno de mis hobbies). Todo y en varias copias. Mis artículos en el diario, para las revistas que he trabajo, amén de artículos que son de interés porque son de mi ciudad, de mi tierra adiotiva; también almaceno las imágenes que he capturado en 10 años de recorridos por esta tierra maravillosa.¿Por qué lo hago? La explicación tiene un solo nombre, una sola necesidad: memoria.
Los trabajos que realizo aparte de mis funciones en el diario, tienen que ver también con la memoria, con el acto de la recordación. Estoy terminando un documental para la TV sobre la historia de mi ciudad en el siglo pasado, con testimonios de abuelitos muy abuelitos que cuentan lo que hicieron en sus años mozos.
Memoria, memoria, recuerdo, recuerdo.
¡Pero no recuerdo los sueños! Abro los ojos y percibo como los sueños escapan. Como si no pudieran asentarse en mi memoria saturada, como si sólo esperaran la excusa de mis ojos abiertos para esfumarse, desaparecer, no dejar huella alguna. Ni siquiera un vestigio, un pedacito con el cual comenzar a construir algo de esos momentos. El olvido es absoluto, completo. Y no han servido trucos ni recetas para intentar retenerlos.
3 comentarios
Victor X X -
A mi me funciona.
Me acuerdo muchas noches.
Un saludo. :)
Mariose -
Ve haciéndote preguntas, en cuanto te despiertes y ve apuntando cada detalle, cada recuerdo, color, preguntate poco a poco, cuando le des su importancia, sin agobiarte,te hablaran. Y cuando lo hagas me lo comentas ¿si?
Un beso.
Irene -
Ultimamente tengo la sensación que me da la certeza que he soñado pero no hay manera de recordar ni un detalle.
Muy bien expresado, se ve que le preocupa.
Un saludo Marihose.