La gran amistad que le unió a mi padre, supongo, hizo que cuando naciera le invitara a ése zapatero a ser mi padrino. No actuó como padrino, nunca me visitó. No me regaló, que yo recuerde, ninguna medalla, pulsera, anillo, ni tan siquiera una muñeca o algún juguete. Tampoco me llevaba de paseo, o al cine, ni se acordaba de mí en el día de mi santo o mi cumpleaños.
Un día, al salir de la escuela (tendría yo unos 6 años y la escuela estaba al lado de mi casa) al pasar por el bar, vi a mi padre dentro. Estaba rodeado de hombres; mi padre era el que hablaba y los demás reían. Al verme, me llamó invitándome a entrar. A mí me daba algo de miedo entrar allí, me asustaban sus voces y sus risas graves, con tanta fuerza, parecían ogros gigantes. Me quedé junto a la entrada. Había muchos hombres hasta llegar a él. Al ver que no me movía de aquel sitio, se levantó y me tendió su mano protectora. Entonces me tranquilicé sintiendo el calor de sus grandes dedos. Se acercó a mi carita y me dio un beso suave en la mejilla. Olía un poco a vino. No me gustaba ése olor, prefería el olor fresco y limpio que siempre tenía mi madre.
Me acerqué a su grupo. Todos me miraban e intuía que querían besarme. Me escondí detrás de mi padre. Miré hacía la puerta. Quería irme. Pero mi padre me sentó en sus rodillas y empezó a ponerme bien un bucle de mi negro y largo pelo. Ahora algo enmarañado, como siempre a esas horas, cuando salía de la escuela. Tan travieso y revoltoso como lo era yo.
Mi padre me dijo que me tenía que decir una cosa, que nunca antes me había contado:
- ¿Ves a éste señor que está a mi lado? - Claro papá. ¿Acaso soy ciega? (Comentario que hizo que todos los que estaban alrededor de mi padre en el bar se rieran con ganas, tantas que hicieron que llorara, algo tímida y me fui a esconder abrazada a mi padre.)
- Pues bien, mírale con detenimiento, pues es tú padre.
-¿Ese señor tan feo, con ese bigote? No eso es mentira. (Otra vez risas de todos). Me entró un nudo en la garganta, parecían que se reían de mí. Decían que mi padre era feo (yo lo veía muy guapo, pero todo el mundo me decía lo contrario y le preguntaban qué como podría tener unos hijos tan guapos) pero éste señor era más que feo. Barrigón, enorme (aunque pensándolo bien, todos los adultos me parecían altísimos) con un bigote exagerado, muy espeso y saliente como caído hacía delante, unas cejas tan pobladas que casi no se le veían los ojos.
- No mi niña, él es tu padrino, si un día falto él te cuidará.
Yo no entendía que era eso de ser padrino, sólo lo había visto en varías ocasiones en su taller envuelto en un olor, que me encantaba, a pegamento y él me había invitado a entrar dándome gotitas de su pegamento que yo me untaba en mis manos, para luego, no sé por qué, despegarlo. Recuerdo que me lo extendía por ambas manos y luego las unía quedándome pegada unos segundos y me gustaba inexplicablemente aquella sensación.
Me gustaría saber qué habrá sido de él y si aún vive.
La casualidad hizo que mi hermana pequeña la tuviera como profesora de arte, a una de sus hijas. Recuerdo que la observaba de pequeña. Se debe de llevar conmigo unos tres o cuatro años mayor y me volvía al cruzarme con ella, para contemplar su manera de andar, de moverse, sin ser vista… sólo nos saludábamos, pero nunca me atreví a cruzar una frase con ella. Tenía aspecto de bohemia, de hippie, de mirada profunda, solitaria. Más tarde la acompañaba siempre un tipo de aspecto muy parecido a ella, hasta con la misma falta, en la misma pierna y me quedaba quieta, mirándolos, como si al mirarlos, al mirarla a ella, la abrazara de alguna manera… porque yo me imaginaba muchas veces, que vivía con ella, con su padre (creo que nunca conocí a su madre, a la mujer de mi padrino) y me imaginaba cómo sería mi vida junto a ellos. Cosas de niños, supongo.
Mi madrina es una prima de mi madre muy guapa, de aspecto elegante y nunca se casó. No supe gran cosa de ella. Que se llama Inés y poco más.
Tampoco se interesó por mí, como yo me intereso con mis tres ahijadas, que las quiero como mías y estoy siempre encima de ellas. Quizás sea porque de alguna manera forman parte de mí y entiendo que ser padrino o madrina, es algo más que una firma cuando te bautizan. Como un compromiso, pero no por la religión, aunque parezca una contradicción (no lo niego) que si soy franca, ya no creo, aunque sí siento que somos seres espirituales… ¿Acaso si mis padres hubieran muerto de pequeña, mis familiares más allegados me dejarían al cuidado de estas personas que nada tienen que ver la una con la otra?
Me resulta todo esto como una pantomima, un no querer que se pierdan las costumbres, aunque no se sientan, un se ha hecho toda la vida y una bendición no hace daño, una tradición, una puesta en escena, de esta película que es nuestra vida.
Nostálgica que estoy hoy. Quizás sea las nubes, el calor que se desprende de la chimenea y al observar como la leña de encina va creando figuras extrañas de fuego, me imagino otras vidas paralelas… Quizás las cosas hayan perdido la importancia que les daba de pequeña, quizás me doy cuenta que esa niña soñadora de antaño, a veces me visita y me tira de la mano, para que vuele con ella sin tan siquiera moverme…
Quizás, quizás, quizás…